Amor y muerte, dos fuerzas que están intrínsecamente relacionadas y tienen un impacto significativo en la vida de las personas. El amor es un sentimiento poderoso que brinda alegría, conexión emocional y bienestar. Pero también existe una vulnerabilidad inherente en el amor. La amenaza de la muerte, siempre presente genera ansiedad y angustia. Esta obra explora estas interacciones como intento de comprensión y manejo de nuestras emociones y experiencias en relación con el amor y la muerte.
Nuestra imagen, nuestra máscara. Hay que retirar las capas bajo las que yace sepultado el ser.
El túnel de la vida. Tiempo, amor y muerte.
Confinamiento. Pandemia aliada de la soledad y el miedo a la muerte.
La muerte seductora en marco dorado
El mito de Acteón y Artemisa
Hombres ilustres, grandes obras, vidas ejemplares
UNA VISITA INESPERADA
Ana había salido a hacer recados sin mí, cosa extraña a excepción de cuando iba a la peluquería. Pero alguien tenía que esperar al fontanero y preferí quedarme yo. Así aprovechaba para afinar la guitarra y preparar la clase de Pepe. A veces pasa la semana y no he preparado los ejercicios. El caso es que a mis casi 80 años aún me siento culpable si no hago “los deberes”.Sonó el timbre de la puerta. La puerta de calle, no la del portal de la casa. No podía ser Ana, ella solía llamar desde el portal y nunca usaba el timbre del piso. Los carteros también llamaban siempre a nuestro piso porque solíamos abrir sin preguntar y nuestro timbre estaba marcado con un símbolo que significa “aquí te abren sin problemas”. Extrañamente, el timbre no sonó con su dingdong habitual, sino con un tono de campana que me resultaba familiar. Mientras acudía a la puerta recordé que ese sonido era el de la casa de mi infancia, que siempre me asustaba y al que nunca me habitué. Como una alarma, irrumpía bruscamente en mi soledad acelerando el latido de mi corazón. Como si temiera que al otro lado de la puerta me esperara algo terrible. Para mí no era una llamada, era una amenaza.
De muy niño, cuando enfermaba y padecía fiebre, sufría no sé si pesadillas o verdaderas alucinaciones. Solían consistir en la llegada de un ser extraño, alto, cubierto el rostro, que venía a por mí. Y yo sentía un pánico espantoso, gritaba mientras alguien me ponía paños húmedos en la frente para aliviar la fiebre.
Fue unos años más tarde, ya en edad escolar, cuando empecé a tener conciencia de la muerte. Quizás la despertó el fallecimiento de Conchita, una anciana vecina, cariñosa y encantadora con los niños de la vecindad. Su muerte me pareció algo natural. Creo que en cierto modo sentí algo dentro de mí en sintonía con Conchita, la muertita con cara feliz. Creo que lo que sentí era envidia de una muerte dulce.
Esta vez, si bien estaba sorprendido por la llamada inhabitual y el recuerdo de aquel sonido perturbador, no sentí la alarma de entonces, simplemente sorpresa. Quizás por eso abrí la puerta sin preguntar antes, como solía hacer otras veces. Ante mi apareció una anciana (anciana como yo, aunque curiosamente yo no me consideraba un anciano). Una anciana no sabría decir si conocida o desconocida. Su cara esbozaba una amble sonrisa que me resultaba familiar, por lo que me apresuré a recibirla con un saludo afectuoso “por si acaso fuera alguien conocida”. Tan poca confianza tengo en mi deteriorada memoria.
¡Hola, pasa, pasa!, dije, invitando a aquella mujer con una espontaneidad nada apropiada para recibir a una extraña. Pero ella respondió entrando con toda naturalidad, como si lo hiciera en su propia casa, mientras se cubría la cabeza con la capucha de la negra de la larga sudadera que cubría prácticamente todo su cuerpo. Un gesto que parecía formar parte de un ritual.
Al verla así, con el rostro sonriente y enjuto enmarcado en la capucha, la anciana me resultó aún más familiar. Estaba claro que la señora que me visitaba era la Muerte, concretamente mi Muerte.
Se sentó en el banco de la entrada sin que yo la invitara a ello, lo cual en absoluto me sorprendió, más bien me resultó tan natural que yo mismo me senté a su lado y ambos nos miramos sonriendo como esperando cada cual del otro alguna reacción.
¡No te esperaba! dije. Pero, bueno, si ya me toca., tengo una edad, lo entiendo. aunque esperaba otra cosa., Qué otra cosa? preguntó mi Muerte, sin dejar nunca de mostrarme su apacible y cariñosa sonrisa.
No sé. Una enfermedad, unos síntomas alarmantes, los médicos, las pruebas, análisis, TAC y esas cosas., Algo de tiempo para hacer algunas cosas, papeles, etc. Y, sobre todo, para despedirme de algunas personas a las que quiero.
¿Despedirte? Dijo sorprendida, como si hubiera dicho una tontería. ¿Es que en toda la vida no has tenido tiempo de despedirte de esas personas? ¿O es que verdaderamente esas personas hace ya tiempo que apenas forman parte de tu vida? Os pasáis la vida entre saludos y despidas, hola y adiós, hasta luego, hasta mañana., pero nunca sabéis si es el último adiós. Si sois conscientes de nuestra naturaleza mortal, sobran las despedidas. El tiempo que me pides no sirve de nada a los vivos. ¡Ya es demasiado tarde para cualquier cosa, el tiempo se ha terminado! Bien a tu pesar, has de dejar a los vivos que sigan sus vidas, sin ti.
… Podría esperar, no tengo prisa, pero créeme, estoy acostumbrada a asistir a escenas lamentables en los tiempos de propina., Hay quienes pretenden seguir el falaz juego de “quedar bien”, otras personas pretenden “librarse de la culpa” antes del final, como si esperaran el juicio divino y trataran de simular inocencia. Y las hay quienes, acostumbradas al habitual teatro social, tratan de representar con el dramatismo que corresponde el final de la vida: ¡Adiós queridos! ¡Os quiero mucho! ¡No me olvidéis! ¡Perdonarme si en algo os he perjudicado!
… Incluso los hay quienes en tales demoras se esfuerzan en pronunciar alguna frase para ser recordada, quizás publicada, aspirante a la inmortalidad. Como si fueran fórmulas mágicas que tienen el misterioso poder de cambiar a gusto toda la historia pasada de relaciones humanas, condicionar los recuerdos, bloquear las amargas críticas de sus posibles víctimas. Quizás tratando de manipular el duelo y la memoria. En definitiva, tratando de protegerse de testigos molestos en ese casi juicio final de sus allegados, amigos y conocidos.
Yo: -Vale, vale. Me has convencido. Dejémonos de rollos y partamos a la eternidad cuando quieras..,
Ella: La eternidad, la eternidad., ¿No sabes que para los mortales no existe la eternidad? Abandona toda esperanza. Todo se acaba para ti, todo! Aunque, teniendo en cuenta nuestra cercanía mental y la buena relación onírica que nos ha mantenido cercanos durante casi toda tu vida, puedo acompañarte un rato y conversar mientras te invade el último sopor.
Yo: Gracias, te lo agradezco de corazón. Siempre te imaginé como una madre. Nunca compartí esas imágenes de tu efigie descarnada, representada como un esqueleto de fría calavera sin rostro, sin expresión. Armada con una terrible guadaña., Al contrario, desde muy niño, me consolaba imaginarme entre tus brazos, mientras me sumergía en el mundo de los sueños., Quizás añoraba los brazos de mi verdadera madre, tan poco frecuentados, siempre tan preocupada por sus problemas.
Como si la Muerte se hubiera compadecido de mi, me rodeó con sus brazos, haciéndose realidad ese deseo tantas veces imaginado. Y sentí, como tantas otras veces, el placer de morir.
Yo: Me concedes un deseo?
Ella: Un deseo? Para que quieres un deseo en estos momentos? La única razón de un deseo es el placer de satisfacerlo… y los muertos no pueden gozar de ese placer, ni, por supuesto, de ningún otro.
Yo: Me gustaría que mis seres queridos me recordaran con cariño, que reconocieran en su propio ser algo bueno recibido de mi…
Ella: Fantasías exculpatorias! Vuelves a tus vicios terrenales… Conozco ese tipo de fantasías de moribundo: os gusta imaginaros asistiendo a vuestro propio funeral y homenaje, oyendo alagos, buenos recuerdos, llantos, abrazos… Muy teatral y bastante falso. Todo el mundo finge. Incluso tus más allegados. Date cuenta de que no tendrán verdadera conciencia de tu muerte hasta cumplido el duelo. Sigues no admitiendote como realmente eres, sientes compasión por ti mismo. No crees que ya es hora de que madures? Es tu última oportunidad. Muérete, sin más, y déjate de remilgos. Te lo digo con todo cariño. Mira, Jorge, así como estás, en tu silloncito, quedarás como dormido. Así, cuando venga Ana, te verá tan guapo. Y además, la evitas el disgusto de asistir a tu agonía.
Yo: Vale, pues. Tienes razón. Cuando Ana toque el timbre, que siempre lo hace aunque tenga llaves, me mueres del todo. Pero, mientras tanto, por favor, déjame así un ratito., Estoy tan a gusto en tus brazos..
Hasta en estos graves momentos los humanos pensamos y decimos tonterías. Está fue la que dije yo:
Yo: Como dijo el poeta, «qué solos nos quedamos los muertos!»
Ella: – Y dale! Qué no te quedas solo! Simplemente dejas de ser, pero sobre todo de estar. Mira, te voy a decir algo que digo a muchos moribundos y que suele gustar: hay algo que, si bien no es la vida eterna, es algo parecido, como un sucedáneo de la inmortalidad. Y es el recuerdo que dejarás en algunas personas, aquellas a las que estás verdaderamente unido, porque algo tuyo queda dentro de ellas para siempre.. o sea, entiéndase, para el resto de sus días. No es como la inmortalidad de Behtowen, es una pequeñita, de andar por casa. Pero, a que te consuela?
Yo: Sí. Me consuela mucho pensar que ellos me tienen dentro, que yo seguiré de alguna manera viviendo, aunque sea en forma inmaterial… acompañando todavía sus vidas, como un recuerdo, como un sueño y quizás algo más, como una presencia fantasmal ocasional. Mi padre decía hablar con su madre, no solo en sueños, también estando despierto. Yo, a veces, le sorprendía en esas íntimas conversaciones, susurrando.., Y como ya lo sabía, al verle así, le preguntaba: ¿Estás hablando con tu madre? Y él me sonreía, con su escéptica media sonrisa de medio lado: Sí! Y me pinzaba con su mano el hombro, como si yo fuera su muleta. Para mí, prueba de afecto, pero quizás expresión de su debilidad emocional y necesidad de apoyo desde su soledad. Y se le humedecían los ojos, creo que compadecido de sí mismo.
Gracias, muerte mía. Eres buena y generosa, como siempre te imaginé.
Y me morí.
Atrapados en el mar de los sueños
Mujer objeto, mujer parcial
A planta pedis usque ad verticem, non est in eo sanitas; vulnus, et livor, et plaga tumens, non est circumligata, nec curata medicamine, neque fota oleo. Isaias 1:6-8. Biblia Sacra Vulgata
De la planta del pie a la cabeza no hay en él cosa sana: golpes, magulladuras y heridas frescas, ni cerradas, ni vendadas, ni ablandadas con aceite.
LA MADRE
RAZÓN Y NATURALEZA
GAIA MORBUS. La humanidad está siendo la causa de la enfermedad de Gaia.
Tecnosofía. Si el valor de los DATA no regresa a la humanidad en forma de beneficio social, como bálsamo moderador de la criminal, cruel y sádica desigualdad extrema del poder alienado, el progreso técnico de la IA será una terrible amenaza
CESARE PAVESE. Verrà la morte e avrà i tuoi occhi, questa morte che ci accompagna, dal mattino alla sera, insonne, sorda, come un vecchio rimorso o un vizio assurdo.
Vendrá la muerte y tendrá tus ojos esta muerte que nos acompaña, desde el alba a la noche, insomne, sorda, como un viejo remordimiento o un absurdo vicio.